Escribir, un derecho de todos


Los libros pueden ser a la vez espejos y ventanas para nosotros, de maneras insospechadas a veces.
Como muchas otras personas, he comprado libros solo porque me encantaron sus portadas. De esos, he leído algunos y otros están todavía ahí, en la estantería, o quién sabe donde, esperando a que por fin los lea.

También he comprado libros porque me enamoré inmediatamente de sus títulos, y el de Julia Cameron titulado The Right to Write (El derecho a escribir) es uno de ellos. Lo hubiera comprado incluso si la autora hubiese sido completamente desconocida para mí porque ese título es, de hecho, una afirmación que tiene mucha fuerza.

Sí, escribir es nuestro derecho, el derecho de cualquier persona, por una serie de razones. Hoy, quisiera centrarme en dos: nuestro derecho a reconectar con nosotros mismos y nuestro derecho a conectar o reconectar con otras personas a través de nuestras propias palabras.


Todos tenemos el derecho a reconectar con nosotros mismos de cualquier forma que podamos o deseemos. No solo es una necesidad, sino también un derecho fundamental porque escribir es también, o al menos puede ser, una forma de buscar nuestro equilibrio interior, nuestra paz, armonía y, en última instancia, nuestra felicidad.

Escribir puede, potencialmente, tener un impacto así de profundo porque es una conversación con nosotros mismos, especialmente cuando nos sumergimos en la escritura reflexiva o la creativa, aunque no solo en esos casos. Como tal conversación, nos sitúa en el camino hacia la aceptación del hecho de que tenemos valor como seres humanos, entre otras muchas cosas, por lo que hay dentro de nosotros, y esta idea, por sí misma, no solo es tranquilizadora, sanadora, emocionante, sino que es también extremadamente potente e, incluso, disruptiva. Desgraciadamente, hay muchísimos ejemplos de historias que muestran con cuánta facilidad, y con cuánta frecuencia, esta idea puede ser olvidada o dolorosamente ignorada.

Una vez estamos ahí, de regreso a nuestro centro, en contacto de nuevo con él, con lo mejor de nosotros mismos, con ese único, precioso y sagrado espacio interior que hay en cada persona, conectar o reconectar con otras a través de nuestras palabras escritas puede llegar a ser una experiencia conmovedora y fascinante. No solo para nosotros, sino también para quienes, de una forma u otra, lleguen a estar en contacto con lo que escribimos, bien porque lo lean, o porque les hablemos de ello, o porque alguien más lo haga. Muchas de las cosas que tenemos en común como seres humanos se pueden encontrar precisamente ahí, en nuestro centro, único en cada persona y, al mismo tiempo, lo suficientemente familiar como para que todos podamos reconocer al menos una parte de nosotros reflejada en el mundo interior de esa otra persona.

De modo que, al final, parece que no solo lo que otras personas escriben y publican en libros puede ser a la vez una ventana a sus almas y un espejo para la nuestra, sino que lo que cada uno de nosotros escribe, también.

Para mí, eso es más que suficiente para empezar a escribir, y para seguir escribiendo.

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