Quienes trabajamos en el mundo del aprendizaje
tenemos asumidas unas creencias y nos mueven unos objetivos de los que
conviene que seamos tan conscientes como sea posible. Conviene, también,
hacerlos explícitos. Nuestro trabajo es entonces mucho más claro y honesto.
Por mi parte, quiero que mis estudiantes lleguen a ser personas que, durante toda su vida...
- Hagan el esfuerzo de conocerse y comprenderse a sí mismas.
- Hagan el esfuerzo de conocer y comprender a los demás.
- Sientan curiosidad, se hagan preguntas, busquen respuestas, se formen su opinión y compartan lo que saben y opinan.
- Cuestionen lo establecido.
- No pierdan nunca la pasión por aprender.
- Sean proactivas, tomen la iniciativa, luchen por no depender de nadie.
- Asuman la conexión e interdependencia de todos los seres.
- Se arriesguen.
- Sean ciudadanas honestas, responsables y solidarias, absolutamente intolerantes con la injusticia.
- Sepan trabajar solas y con otras personas.
- Asuman, valoren, defiendan y promuevan el respeto mutuo y la diversidad.
- Entiendan lo que lean y oigan.
- Sepan expresar lo que necesiten o quieran expresar.
- Sean capaces de actuar como científicos y como artistas, con rigor y creatividad.
- Desarrollen constantemente su intuición, su emocionalidad y su intelecto.
- Lleguen a ser personas adultas conectadas siempre con su niño y su adolescente interior.
- Sean conscientes de qué les apasiona, y luchen por ello, vivan por y con ello.
Y ese futuro se construye desde ya, día a día, momento a momento. Si esto es lo que quiero, la primera persona responsable de hacerlo posible soy yo.
¿Qué quieres tú?

Hace unos años, en 2002, en Boston, en un acto de presentación de su libro The Power of Their Ideas: Lessons for America fron a Small School in Harlem,
Deborah Meier, una figura de referencia imprescindible en los
movimientos de renovación pedagógica en los Estados Unidos, me dijo lo
siguiente: "when a teacher thinks the students are a problem for him or
her, it is time for that teacher to quit and do something else" ("cuando
un profesor o una profesora cree que los estudiantes son un problema
para él o ella, es hora de que deje su trabajo como profesor o profesora
y se dedique a otra cosa"). Estas palabras de Deborah Meier, su libro, y
muchos otros testimonios, lecturas, encuentros, conversaciones,
experiencias, que he tenido después, me ayudaron a ver algo que, a
partir de ese mismo momento, fue siempre obvio para mí, y es la cantidad
de ocasiones en que he oído o presenciado conversaciones entre
profesorado, en España, en Estados Unidos y ahora otra vez en España, en
las que, efectivamente, se hablaba de los estudiantes como un problema,
repitiendo machaconamente un tema recurrente: "no son como deberían
ser".
No es infrecuente oír comentarios como los
siguientes: "con estos no se puede hacer nada", "son muy limitaditos"
(aunque no lo parezca, el diminutivo es despectivo, no cariñoso), "no
quieren hacer nada", "son muy vagos", "son muy pasivos", "no se enteran
de nada", "escriben fatal", "no les interesa nada", "ya se lo
encontrarán", "los padres son a los que habría que educar", "a mí no me
pagan para cuidar niños", "yo vengo a dar clase, no a oír problemas"...
¿Alguna de estas les resulta familiar? A mí todas, y son solo una
muestra de lo que se oye.
Una parte de mí querría tomar
cada uno de esos comentarios, y otros muchos, y rebatirlos con todos
los argumentos de todo tipo (experienciales, científicos, sociales,
psicológicos) que existen para ello y que, por cierto, están al alcance
de cualquier persona que tenga acceso a Internet y deseos de
encontrarlos. Pero rebatirlos sería, entre otras cosas, una forma de
darles legitimidad, y no quiero. Ya no. No se me ocurre ninguna razón, y
sí un montón de excusas, para que el profesorado que dice cosas como
estas no haya accedido a, elaborado y asimilado una visión diferente.
Ninguna.
Así que voy a hacer lo que, honestamente,
creo que se debe hacer, y es pedirles que se vayan. Sí, han leído bien:
a todo ese profesorado que piensa en sus estudiantes en esos términos o
en términos similares, que habla de ellos diciendo esas cosas o cosas
parecidas, que se siente así, le pido que se vaya, que deje esta
profesión y se dedique a otra cosa, porque ya no sirven para pasar
varias horas diarias con niños o adolescentes. Tal vez no han pensado,
sentido, hablado siempre así, y si es así, me alegro. Pero si antes
fueron de otra manera, a nadie le sirve que ahora sean así. A nadie.
Incluyo
en mi petición también a todo ese profesorado que vive el comienzo de
cada curso intensamente pendiente de qué horario va a tener, de si sus
peticiones horarias van a ser respetadas o no, de qué días va a poder
entrar a segunda o tercera hora, y qué días va a poder salir después del
segundo recreo o a penúltima hora, mientras se pasa el curso esperando
que los estudiantes rindan al máximo desde el primer minuto del horario
hasta el último. A ustedes les pido también quye se vayan. Y también se
lo pido a ese profesorado que parece casi obsesionado con que, "sobre
todo, que me toquen grupos buenos". Váyanse ustedes también. Y también a
esos jefes de departamento que utilizan el reparto de grupos de
estudiantes como intercambio de mercancía de calidad variable, y
trabajan desde la premisa de "los 'grupos buenos', para mí y los profes
más veteranos del departamento; los 'grupos malos', para los interinos, o
los profes nuevos que han venido". Váyanse. Por favor, váyanse.
Por
último, quiero mencionar especialmente a quienes se dedicaron a la
enseñanza porque ello les permitía hacer unas oposiciones que, al ser
aprobadas, les ponía sobre su regazo un trabajo y un salario de por
vida. Por favor, escúchenme, léanme bien: conseguir un empleo y un
salario de por vida NO es una razón válida, aceptable, ética, para
dedicarse a un trabajo que les va a llevar a estar cinco días a la
semana, diez meses al año, cada año, en la vida de cientos, miles, de
niños y adolescentes. Así que, si se metieron en esto por esa razón, por
favor, váyanse.
Decir en estos momentos, en
España, que una parte de un cuerpo profesional debería dejar su trabajo,
en la situación económica que está viviendo este país, puede sonar a
muchas cosas, excepto a una propuesta seria. Y, sin embargo, les puedo
asegurar que ni me río, ni sonrío, ni disfruto lo más mínimo mientras
escribo esto. Les pido que se vayan porque, honestamente, creo que es lo
que deben hacer, por el bien de sus estudiantes, de nuestra sociedad, y
por el suyo propio también. Un/a educador/a que va cada día a su
trabajo con la sensación de estar quemado/a, ya no tiene nada que
ofrecer a nadie, empezando por sí mismo/a. No mientras se sienta de esa
manera. Y si el "burnout" es definitivo, debe irse para siempre. Hay un
buen número de salidas profesionales para personas que se han dedicado a
la enseñanza durante años, y una nada despreciable es la emprendeduría
en diversos ámbitos de la vida social y económica.
Les
pido que, por favor, se vayan, y que el sistema educativo quede en
manos de educadoras/es que hayan decidido dedicarse a esto porque
sienten pasión por trabajar con niños/as y adolescentes. Así de claro,
así de simple y, al mismo tiempo, así de difícil de encontrar. Cada día
más.
Que se queden quienes sí creen que atender a sus
estudiantes como personas, antes que nada, forma parte de su trabajo.
Que se queden quienes sí son conscientes, aunque no siempre lo fueran
antes, de que el trabajo intelectual es solo una parte del trabajo que
se debe hacer en una escuela, y que ni siquiera es por donde se debe
empezar. Que se queden quienes sí creen que se pueden hacer cosas,
muchas cosas, con todos los estudiantes, sin excepción. Que se queden
quienes sí saben que las relaciones son la piedra angular de los
cimientos de la vida en una escuela, en una empresa, en una sociedad.
Que se queden quienes tienen el coraje de mostrar ante sus estudiantes
su vulnerabilidad, sus dudas, sus miedos, sus carencias. Que se queden
quienes ya entienden que los adultos tenemos que callar mucho más y
escuchar mucho más. Que se queden quienes creen que cuanto más
complicada sea la vida y el desempeño de un estudiante, más necesita a
los adultos a su alrededor. Que se queden quienes están dispuestos a
dedicar parte de su tiempo y esfuerzo fuera de su trabajo a aprender, a
seguir formándose, a hacerse más completos, a abrirse. Que se queden
quienes estén hartos de oír cosas como las citadas más arriba. Que se
queden quienes de verdad sientan las escuelas, los estudiantes, sus
familias, como algo verdaderamente suyo, de todos. Que se queden quienes
estén dispuestos a unirse, coordinarse, apoyarse, trabajar juntos, para
aprender con y también de sus propios estudiantes.
Son
ya muchos años oyendo los mismos lamentos, y hoy quiero decir "basta
ya". Ya llevo demasiado tiempo teniendo esta misma conversación en
privado, entre amigos, colegas, asistentes a mis talleres, y ya es hora
de tenerla en público.
Como persona, como
ciudadano, como educador, como coach, como consultor organizacional, y
desde mis convicciones personales y el poco o mucho crédito profesional
que pueda tener, les pido a todos esos maestros, profesores,
orientadores, que se vayan ya.
José María Ribal