Hace unos años, en 2002, en Boston, en un acto de presentación de su libro The Power of Their Ideas: Lessons for America fron a Small School in Harlem, Deborah Meier, una figura de referencia imprescindible en los movimientos de renovación pedagógica en los Estados Unidos, me dijo lo siguiente: "when a teacher thinks the students are a problem for him or her, it is time for that teacher to quit and do something else" ("cuando un profesor o una profesora cree que los estudiantes son un problema para él o ella, es hora de que deje su trabajo como profesor o profesora y se dedique a otra cosa"). Estas palabras de Deborah Meier, su libro, y muchos otros testimonios, lecturas, encuentros, conversaciones, experiencias, que he tenido después, me ayudaron a ver algo que, a partir de ese mismo momento, fue siempre obvio para mí, y es la cantidad de ocasiones en que he oído o presenciado conversaciones entre profesorado, en España, en Estados Unidos y ahora otra vez en España, en las que, efectivamente, se hablaba de los estudiantes como un problema, repitiendo machaconamente un tema recurrente: "no son como deberían ser".
No es infrecuente oír comentarios como los siguientes: "con estos no se puede hacer nada", "son muy limitaditos" (aunque no lo parezca, el diminutivo es despectivo, no cariñoso), "no quieren hacer nada", "son muy vagos", "son muy pasivos", "no se enteran de nada", "escriben fatal", "no les interesa nada", "ya se lo encontrarán", "los padres son a los que habría que educar", "a mí no me pagan para cuidar niños", "yo vengo a dar clase, no a oír problemas"... ¿Alguna de estas les resulta familiar? A mí todas, y son solo una muestra de lo que se oye.
Una parte de mí querría tomar cada uno de esos comentarios, y otros muchos, y rebatirlos con todos los argumentos de todo tipo (experienciales, científicos, sociales, psicológicos) que existen para ello y que, por cierto, están al alcance de cualquier persona que tenga acceso a Internet y deseos de encontrarlos. Pero rebatirlos sería, entre otras cosas, una forma de darles legitimidad, y no quiero. Ya no. No se me ocurre ninguna razón, y sí un montón de excusas, para que el profesorado que dice cosas como estas no haya accedido a, elaborado y asimilado una visión diferente. Ninguna.
Así que voy a hacer lo que, honestamente, creo que se debe hacer, y es pedirles que se vayan. Sí, han leído bien: a todo ese profesorado que piensa en sus estudiantes en esos términos o en términos similares, que habla de ellos diciendo esas cosas o cosas parecidas, que se siente así, le pido que se vaya, que deje esta profesión y se dedique a otra cosa, porque ya no sirven para pasar varias horas diarias con niños o adolescentes. Tal vez no han pensado, sentido, hablado siempre así, y si es así, me alegro. Pero si antes fueron de otra manera, a nadie le sirve que ahora sean así. A nadie.
Incluyo en mi petición también a todo ese profesorado que vive el comienzo de cada curso intensamente pendiente de qué horario va a tener, de si sus peticiones horarias van a ser respetadas o no, de qué días va a poder entrar a segunda o tercera hora, y qué días va a poder salir después del segundo recreo o a penúltima hora, mientras se pasa el curso esperando que los estudiantes rindan al máximo desde el primer minuto del horario hasta el último. A ustedes les pido también quye se vayan. Y también se lo pido a ese profesorado que parece casi obsesionado con que, "sobre todo, que me toquen grupos buenos". Váyanse ustedes también. Y también a esos jefes de departamento que utilizan el reparto de grupos de estudiantes como intercambio de mercancía de calidad variable, y trabajan desde la premisa de "los 'grupos buenos', para mí y los profes más veteranos del departamento; los 'grupos malos', para los interinos, o los profes nuevos que han venido". Váyanse. Por favor, váyanse.
Por último, quiero mencionar especialmente a quienes se dedicaron a la enseñanza porque ello les permitía hacer unas oposiciones que, al ser aprobadas, les ponía sobre su regazo un trabajo y un salario de por vida. Por favor, escúchenme, léanme bien: conseguir un empleo y un salario de por vida NO es una razón válida, aceptable, ética, para dedicarse a un trabajo que les va a llevar a estar cinco días a la semana, diez meses al año, cada año, en la vida de cientos, miles, de niños y adolescentes. Así que, si se metieron en esto por esa razón, por favor, váyanse.
Decir en estos momentos, en España, que una parte de un cuerpo profesional debería dejar su trabajo, en la situación económica que está viviendo este país, puede sonar a muchas cosas, excepto a una propuesta seria. Y, sin embargo, les puedo asegurar que ni me río, ni sonrío, ni disfruto lo más mínimo mientras escribo esto. Les pido que se vayan porque, honestamente, creo que es lo que deben hacer, por el bien de sus estudiantes, de nuestra sociedad, y por el suyo propio también. Un/a educador/a que va cada día a su trabajo con la sensación de estar quemado/a, ya no tiene nada que ofrecer a nadie, empezando por sí mismo/a. No mientras se sienta de esa manera. Y si el "burnout" es definitivo, debe irse para siempre. Hay un buen número de salidas profesionales para personas que se han dedicado a la enseñanza durante años, y una nada despreciable es la emprendeduría en diversos ámbitos de la vida social y económica.
Les pido que, por favor, se vayan, y que el sistema educativo quede en manos de educadoras/es que hayan decidido dedicarse a esto porque sienten pasión por trabajar con niños/as y adolescentes. Así de claro, así de simple y, al mismo tiempo, así de difícil de encontrar. Cada día más.
Que se queden quienes sí creen que atender a sus estudiantes como personas, antes que nada, forma parte de su trabajo. Que se queden quienes sí son conscientes, aunque no siempre lo fueran antes, de que el trabajo intelectual es solo una parte del trabajo que se debe hacer en una escuela, y que ni siquiera es por donde se debe empezar. Que se queden quienes sí creen que se pueden hacer cosas, muchas cosas, con todos los estudiantes, sin excepción. Que se queden quienes sí saben que las relaciones son la piedra angular de los cimientos de la vida en una escuela, en una empresa, en una sociedad. Que se queden quienes tienen el coraje de mostrar ante sus estudiantes su vulnerabilidad, sus dudas, sus miedos, sus carencias. Que se queden quienes ya entienden que los adultos tenemos que callar mucho más y escuchar mucho más. Que se queden quienes creen que cuanto más complicada sea la vida y el desempeño de un estudiante, más necesita a los adultos a su alrededor. Que se queden quienes están dispuestos a dedicar parte de su tiempo y esfuerzo fuera de su trabajo a aprender, a seguir formándose, a hacerse más completos, a abrirse. Que se queden quienes estén hartos de oír cosas como las citadas más arriba. Que se queden quienes de verdad sientan las escuelas, los estudiantes, sus familias, como algo verdaderamente suyo, de todos. Que se queden quienes estén dispuestos a unirse, coordinarse, apoyarse, trabajar juntos, para aprender con y también de sus propios estudiantes.
Son ya muchos años oyendo los mismos lamentos, y hoy quiero decir "basta ya". Ya llevo demasiado tiempo teniendo esta misma conversación en privado, entre amigos, colegas, asistentes a mis talleres, y ya es hora de tenerla en público.
Como persona, como ciudadano, como educador, como coach, como consultor organizacional, y desde mis convicciones personales y el poco o mucho crédito profesional que pueda tener, les pido a todos esos maestros, profesores, orientadores, que se vayan ya.
José María Ribal
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